Como tus papás modelaron los hábitos financieros que tienes hoy
Mi papá estaba involucrado en la guerrilla salvadoreña. Mi país sufrió una guerra civil de doce años donde ambos bandos, la izquierda y la derecha, creían tener la razón. Soy de la generación de los Niños de la Guerra. Mientras mi papá se creía Che Guevara, mi mamá tenía que arreglárselas para compensar económicamente los gastos de la casa. Crecí en un hogar de clase media y no necesariamente con privaciones, pero en una familia donde mi papá pudo haber contribuido más a su casa si su prioridad no hubiese sido la causa armada. Mi papá era sociólogo y mi mamá, bióloga.
El crecer viendo a mi mamá como estirar el presupuesto, distribuir lo de la semana para asegurarse que alcanzará, negociar con “la muchacha” cuanto le pagaría, me marcó de por vida. Ahora de adulta, no me gusta deber dinero. Pago lo que uso en las tarjetas de crédito de inmediato, de hecho, antes de la fecha límite. Me aterra deber dinero. Me da miedo no tener suficiente dinero. Esa es mi fobia. Eso me ha hecho muy cuidadosa con mis finanzas personales, pero también me doy cuenta que es un efecto directo de lo que aprendí en mi niñez y no creo que sea del todo sano.
Los hábitos de ahorro – o carencia de – y la relación que nuestros padres tienen con el dinero es la primera noción que aprendemos sobre nuestras finanzas personales. Psicológicamente hablando, no necesitamos que Freud nos diga que todo lo que tus papás modelaron para tí, muchas veces sin proponérselo, no sólo te impacta, sino que lo llevas contigo hasta tu vida adulta – y en la mayoría de los casos, lo replicas. El ciclo vuelve a repetirse cuando tú modelas para tus hijos y así sucesivamente.
El temor a no tener suficiente dinero para pagar la colegiatura de los niños, la desesperanza de no poder ahorrar, la serenidad de tener suficiente dinero en el banco, la alegría de toparse con oportunidad tras oportunidad de negocios y generar dinero como que creciera en los árboles: todas las emociones compartidas por nuestros padres las acarreamos en nuestro subconsciente.
La relación que tenemos con el dinero es emocional y sólo el que tiene la madurez suficiente logra desatarse del yugo de los malos hábitos: ver a tu papá gastarse todo el dinero en alcohol en vez de comprar comida para sus hijos, ver a tu mamá ser adicta al casino o a gastar su dinero en ropa que no puede costearse mientras vive sobregirada mes a mes, no entender que es más valioso invertir que ahorrar, dar el 10% de tus ingresos en la congregación sin entender quién determinó ese porcentaje, porque estamos claros que no fue un mandato divino.
Si aprendiste malos hábitos de tus papás no significa que debes perpetuarlos. El que ellos no te hayan enseñado como invertir, no quiere decir que no puedas aprender. El que no seas brillante en matemática, no implica que no puedas crear una vida de bienestar económico para ti y tu familia.
Tú debes controlar el dinero para que el dinero no te controle a tí.